Viejóvenes en la Edad Media

Hoy empiezo lo que espero que sea una larga lista de posts desmontando los mitos y tópicos más comunes sobre la Edad Media. Veréis que hay algunos totalmente descabellados y otros que, a priori, parece que hasta tienen sentido. El que comentaré en este post es de estos últimos. Pero vamos al lío, ¿cuál es el tópico en cuestión?:

En la Edad Media, si llegabas a los 40 años, ya te consideraban un anciano”.

Bueno, a ver, depende (tengo ascendencia gallega, ya lo siento). Este tópico parte de la base de que la mortalidad en esa época era muy alta y que, claro, la esperanza de vida en consecuencia era muy baja. Pero, ¿os habéis preguntado alguna vez cómo se calcula la esperanza de vida? [Disclaimer: en realidad sé que estáis preguntándoos por la edad real de esperanza de vida, pero no me jodáis, ya os dije que la Edad Media era MUY larga y que variaba mucho de un sitio a otro. Así que no esperéis que os dé la esperanza de vida durante esos mil años, ¿eh? Que os veo.]

Pues para calcular la esperanza de vida se parte de una formula, ex = Tx/lx , donde T representa los años vividos y l el porcentaje de individuos supervivientes de la población de estudio. Se puede calcular la esperanza de vida al nacimiento (x=0) y a partir de esta fórmula se pueden deducir otras, por ejemplo sin conocer T. Como a partir del registro osteológico es imposible saber el número de supervivientes, la esperanza de vida se calcula a partir de una tabla de vida, donde deduces otras variables a partir de las defunciones.

Esta fórmula depende (je) de muchas cosas, obviamente, sobre todo de cómo recabes los datos para calcularla. Para empezar, existen muchas variables entre poblaciones e individuos, y difícilmente podrás obtener la misma información de todos los sitios ya que entre ellos habrá mil casuísticas diferentes. Las características de una población no tiene porqué ser las mismas de otra, y al usar comparativamente poblaciones diferentes hay que tener cuidado con esto.

La paleodemografía recopila los datos obtenidos de cementerios y otros enterramientos, con lo que la información puede ser parcial por diversos motivos: no se ha excavado todo, el mal estado de los huesos (sobre todo los infantiles), se ha perdido parte del yacimiento, etc. Además, también existe la problemática de la estimación de la edad de la muerte de los individuos. Entre individuos hay variabilidad y los intervalos de edades que se dan pueden llegar a ser de 5 a 10 años. En individuos mayores de 50 años es difícil calcular la edad y acaban en una categoría de “mayores de”. Al aplicar la metodología, también se suele sobreestimar el número de individuos que tienden a la media.

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Enterramiento infantil, s.XII

Una vez has recopilado los datos y aplicas las fórmulas mágicas, se hacen unas preciosas estadísticas con las que se calcula la esperanza de vida (al nacimiento o a cualquier otra edad). Teniendo en cuenta todas las variables que hemos comentado, la esperanza de vida al nacimiento es baja por la alta mortalidad infantil.

Bien, hasta aquí la parte científica. Y me preguntaréis, ¿pero no hay otras maneras de calcular la edad de la muerte de la gente? Pues el caso es que si nos complicamos la vida es porque no hay muchas más maneras, no. La documentación a veces es muy rancia y datos como la edad de la gente se los pasan sorprendentemente por el forro. Las partidas bautismales, por ejemplo, no empiezan a registrarse hasta el siglo XVI, con lo que nos quedamos sin conocer la fecha de nacimiento de mucha gente. Lo mismo pasa con las defunciones, y la gran mayoría de testamentos, que esperarías que pusieran la edad del que testa, tampoco lo mencionan. A veces tienes que deducir la edad de tus sujetos de estudio por los diferentes documentos que hacen a lo largo de su vida y, como compartan nombre con algún familiar, no veas las risas. Lo mismo pasa al calcular el número de población, y es que aunque existen, por ejemplo, los fogatges o recuento de fuegos a partir del siglo XIV, no son cálculos de personas individuales si no de hogares, con lo que el censo sólo puede ser aproximado.

Con todo esto os quiero decir que es muy difícil calcular la esperanza de vida de la gente del pasado. Con la Edad Media pasa además que se tiene esa percepción chunga de que se vivía peor que en cualquier otra época de la historia, así que claro, si llegaba a los 40 ya podías dar las gracias. La realidad es que, como en cualquier otra época anterior al siglo XX, si sobrevivías a la infancia (que era lo realmente duro) tenías mayores posibilidades de tener una vida larga. De hecho, hay personajes medievales muy longevos, como Leonor de Aquitania que llegó a los 80 años, o Juan XXII, que llegó a los 90. A ver si deducís el factor común de estos dos, venga. ¡Bingo, eran ricos! Y es que, como en cualquier otra época, tener panoja te garantiza tener mejor salud, amigos. Como más pobre fueras, menos esperanza de vida tenías.

Noto desde aquí que me queréis preguntar por las típicas calamidades medievales que te acortan la vida, como las hambrunas o la peste. ¿No? Bueno, yo lo explico igual. Sí, obviamente existen las hambrunas, pero como en cualquier otra época (esto empieza a ser tan recurrente que el procesador de texto me lo escribe solo). En cambio, la Peste Negra, el horror medieval por excelencia, no ocurrió hasta 1348 (entre 1347-1351, dependiendo de tu zona geográfica). Fue ciertamente devastadora, y a partir de entonces hubo brotes de peste cíclicos, también durante buena parte de la Edad Moderna. Haré un post sólo sobre la Peste Negra, no sufráis, pero la idea importante ahora es que, en realidad, no es una enfermedad recurrente de toda la Edad Media.

En definitiva, la vida en esa época era dura, sí. Pero los cálculos de la esperanza de vida los carga el diablo, no les hagáis caso sin sopesar primero de donde salen.

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Agradezco a mi antropóloga de cabecera, Nuria Montes (@bichodecueva), que me haya echado un cable con la paleodemografía y la fórmula de marras. Las fotografías también son suyas.